Y después de mucha demora por mi parte, (por lo que pido a todos las disculpas del caso); acá les dejo la segunda parte de «SERVIR AL AMO»; bello cuento de Philip K Dick, cuya primera parte subí hace algunos días. Y ahora, así sin más… SERVIR AL AMO.

Soy Focvs
Y la Mverte no es vna Metáfora

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SERVIR AL AMO (parte dos)

– ¿Dónde está? ¡Quiero verlo!

– Voy a hacerlo solo. Usted proporcióneme el material y cubra mi ausencia. Esa es su parte.

Jenkins se debatió en un mar de dudas.

– Si me miente, Applequist…

– No miento – respondió Applequist irritado -. ¿Cuándo tendré la unidad de energía?

– Mañana por la mañana. Tendré que llenar un montón de formularios. ¿Esta seguro de que puede manejarla? Será mejor que le acompañe un equipo de reparaciones. Para asegurarnos…

– Puedo manejarla – le interrumpió Applequist -. Consígame el material. Yo me ocuparé de lo demás.

El sol de la mañana se filtraba entre los desperdicios. Applequist encajó la cápsula nueva, nervioso, enroscó los tornillos, sujetó el forro protector corroído, y se puso en pie, tembloroso. Tiró la cápsula antigua y aguardó.

El robot se movió. Su ojo cobró vida. Movió el brazo sobre su tronco y hombros de forma experimental.

– ¿Todo bien? – preguntó Applequist con voz hueca.

– En apariencia, sí. – La voz del robot era más potente, claro y confiada -. La vieja cápsula estaba agotada. Fue una suerte que pasaras en aquel momento.

– Dices que los hombres vivían en ciudades – atacó Applequist -. ¿Los robots trabajaban?

– Los robots realizaban las tareas rutinarias necesarias para mantener el sistema industrial. Los humanos gozaban de todo el tiempo libre que deseaban. Nos gustaba trabajar para ellos. Era nuestra misión

– ¿Qué pasó? ¿Qué salió mal?

El robot cogió papel y lápiz; mientras hablaba, trazaba cifras.

– Existía un grupo fanático de humanos. Una organización religiosa. Afirmaban que Dios ordenó al hombre ganarse el pan con el sudor de su frente. Querían que los robots desaparecieran y los hombres volvieran a las fábricas, para trabajar como esclavos en tareas rutinarias.

– ¿Por qué?

– Afirmaban que el trabajo ennoblecía el espíritu. – El robot le entregó un papel -. Esto es la lista de lo que quiero. Necesitaré esos materiales y herramientas para reparar mi sistema.

Applequist manoseó el papel.

– Ese grupo religioso…

– Hombres divididos en dos bandos: los Moralistas y los Ociosos. Combatieron entre sí durante años, mientras nosotros nos manteníamos al margen, ignorantes de nuestra suerte. No entendí que los Moralistas se impusieran a la razón y el sentido común, pero fue así.

– ¿Crees…? – empezó Applequist, y luego calló. Apenas se atrevía a verbalizar la idea que corroía su fuero interno -. ¿Existe alguna posibilidad de que vuelvan a existir robots?

– Tus palabras son oscuras. – El robot partió el lápiz en dos y lo tiró -. ¿Qué quieres decir?

– La vida no es agradable en las compañías. Muerte y trabajo duro. Formularios, turnos, períodos de trabajo y órdenes.

– Es vuestro sistema. Yo no soy el responsable.

– ¿Qué recuerdas sobre la construcción de robots? ¿Qué eras tú, antes de la guerra?

– Era un controlador de unidades. Me dirigía a una unidad de fabricación de emergencia cuando mi nave fue derribada. – El robot señaló los restos que le rodeaban -. Eso fue mi nave y mi cargamento.

– ¿Qué es un controlador de unidades?

– Dirigía la fabricación de robots. Diseñé y alenté la producción de tipos básicos de robot.

La cabeza de Applequist daba vueltas.

– Entonces, eres un experto en la construcción de robots.

– Sí. – El robot señaló el papel que Applequist tenía en la mano -. Consigue esos materiales y herramientas lo antes posible. Así estoy completamente indefenso. Debo recuperar mi movilidad. Si alguna nave sobrevolara este lugar…

– La comunicación entre compañías es deficiente. Entrego las cartas a pie. La mayoría de los países están devastados. Podrías trabajar sin que nadie te detectara. ¿Qué me dices de tu unidad de fabricación de emergencia? Tal vez no fue destruida.

El robot cabeceó lentamente.

– Fue ocultada concienzudamente. Existe una ínfima posibilidad. Era pequeña, pero muy bien equipada. Autosuficiente.

– Si consigo piezas de repuesto, ¿podrías…?

– Hablaremos de eso más adelante. – El robot se tendió sobre el suelo -. Cuando vuelvas, seguiremos hablando.

Jenkins le consiguió los materiales y un permiso de veinticuatro horas. Fascinado, se apoyó contra la ladera del barranco mientras el robot desarmaba su cuerpo y sustituía los elementos averiados. Al cabo de pocas horas, el nuevo sistema motor había sido instalado. Colocó las células básicas de las piernas. A mediodía, el robot experimentaba con sus extremidades inferiores.
– Durante la noche pude establecer un débil contacto por radio con la unidad de fabricación de emergencia – explicó el robot -. Continua intacta, según el monitor robot.
– ¿Robot? ¿Quieres decir…?
– Una máquina automática de transmisión. No está viva, como yo. No soy un robot, en un sentido estricto. – Su voz expresó orgullo -. Soy un androide.
Applequist no captó la sutil distinción. Su mente febril examinaba las posibilidades.
– En este caso, podemos seguir adelante. Con tus conocimientos y los materiales disponibles.
– Tu no viste el terror y la destrucción. Los Moralistas nos machacaron sistemáticamente. Eliminaban a los androides de cada ciudad que conquistaban. A medida que los Ociosos retrocedían, los de mi raza eran liquidados sin más. Fuimos separados de nuestras máquinas y destruidos.
– ¡Pero eso fue hace un siglo! Nadie quiere destruir ya a los robots. Necesitamos robots para reconstruir el mundo. Los Moralistas ganaron la guerra y devastaron el mundo.
El robot ajustó su sistema motor hasta lograr la coordinación de sus piernas.
– Su victoria fue una tragedia, pero comprendo la situación mejor que tú. Hemos de proceder con cautela. Si esta vez nos vencen, será para siempre.
Applequist siguió al robot, mientras éste avanzaba con cautela hacia la ladera del barranco.
– El trabajo nos oprime. Esclavos en refugios subterráneos. No podemos seguir así. La gente agradecerá la vuelta de los robots. Te necesitamos. Cuando pienso en lo que debió ser la Edad de Oro, los cimientos y las flores, las hermosas ciudades de la superficie… Ahora sólo hay ruinas y penuria. Los Moralistas ganaron, pero nadie es feliz. Nos encantaría…
– ¿Dónde estamos? ¿Qué lugar es éste?
– Un poco al oeste del Mississippi, a unos cuantos kilómetros. Hemos de conseguir la libertad. No podemos vivir así, trabajando bajo tierra. Si tuviéramos tiempo libre, podríamos investigar los misterios de todo el universo. Encontré algunas viejas cintas científicas. Trabajos teóricos sobre biología. Aquellos hombres trabajaron durante años en tópicos abstractos. Tenían tiempo. Eran libres. Mientras los robots sostenían el sistema económico, aquellos hombres podían dedicarse…
– Durante la guerra – interrumpió el robot con aire pensativo -, los Moralistas situaron pantallas de detección sobre cientos de kilómetros cuadrados. ¿Todavía funcionan?
– No lo sé. Lo dudo. Todo lo que está fuera de los refugios de la compañía ha dejado de funcionar.
El robot se recluyó en sus pensamientos. Había sustituido su ojo averiado por una célula nueva. Ambos ojos brillaban de concentración.
– Esta noche haremos planes con respecto a tu compañía. Te comunicaré mi decisión en ese momento. Entretanto, no hables de la situación a nadie, ¿entiendes? Lo que me preocupa ahora es el sistema de carreteras.
– La mayoría de carreteras están en ruinas – Applequist intentó contener su entusiasmo -. Estoy convencido de que casi todos los miembros de mi compañía son Ociosos. Tal vez algunos peces gordos sean Moralistas. Algunos supervisores, en todo caso, pero las clases bajas y las familias…
– Muy bien – interrumpió el robot -. Nos ocuparemos de eso más tarde. – Miró a su alrededor -. Utilizaré parte del equipo averiado. Funcionará. De momento, al menos.
Applequist consiguió esquivar a Jenkins. Atravesó a toda prisa el nivel de organización y se encaminó a su puesto de trabajo. Su mente era un torbellino. Todo lo que le rodeaba se le antojaba vago poco convincente. Los supervisores pendencieros. Las máquinas ruidosas. Los funcionarios y burócratas de poca monta que corrían de un lado a otro con mensajes e informes. Cogió un puñado de cartas y empezó a distribuirlas mecánicamente.
– Has estado fuera – observó con ironía el director Laws -. ¿Alguna chica? Si se casó con alguien ajeno a la compañía, perderá la poca categoría que tiene.
Applequist apartó las cartas.
– Quiero hablar con usted, director.
El director Laws meneó la cabeza.
– Vaya con cuidado. Ya conoce las ordenanzas que rigen para el personal de cuarta categoría. Es mejor no hacer más preguntas. Concentre su mente en el trabajo y déjenos a nosotros las cuestiones teóricas.
– Director – preguntó Applequist -, ¿a quién apoyaba nuestra compañía, a los Moralistas o a los Ociosos?
Laws fingió no entender la pregunta.
– ¿Qué quiere decir? – Sacudió la cabeza -. No conozco esas palabras.
– En la guerra. ¿de qué lado estábamos?
– ¡Santo Dios! – exclamó Laws -. Del lado humano, por supuesto. – Una cortina impenetrable cayó sobre su rostro rotundo -. ¿Qué quiere decir «moralista»? ¿De qué me está hablando?
Applequist empezó a sudar de repente. Apenas le salía la voz.
– Algo no cuadra, director. La guerra fue entre dos grupos de humano. Los Moralistas destruyeron a los robots porque desaprobaban que los humanos se entregaran al ocio.
– La guerra se libró entre hombres y robots – replicó Laws – Nosotros ganamos. Destruimos a los robots.
– ¡Pero si trabajaban para nosotros!
– Fueron construidos para trabajar, pero se rebelaron. Poseían una filosofía. Seres superiores: androides. Nos consideraban simple ganado.
Applequist temblaba de pies a cabeza.
– Pero aquél me dijo…
– Nos masacraron. Millones de humanos murieron antes de que les paráramos los pies. Asesinaron, mintieron, se escondieron, robaron, hicieron cualquier cosa con tal de sobrevivir. Eran ellos o nosotros; no hubo cuartel. – Laws agarró a Applequist por el cuello de la camisa -. ¡Maldito idiota! ¿Qué ha hecho? ¡Contésteme! ¿Qué ha hecho?
El sol se puso mientras el vehículo blindado se detenía en el borde del barranco. Las tropas bajaron por la ladera. Laws saltó entre los primeros, seguido de Applequist.
– ¿Es aquí? – preguntó Laws.
– Sí, pero ha desaparecido – tartamudeó Applequist.
– Por supuesto. Ya se había reparado. Nada le retenía aquí. – Laws hizo una señal a sus hombres -. Es inútil proseguir la búsqueda. Entierren una bomba A táctica y larguémonos. Es posible que la fuerza aérea lo localice. Rociaremos esto zona con gas radiactivo.
Applequist se acercó al borde del barranco, atontado. Abajo, entre las sombras, distinguió las malas hierbas y los escombros. No se veía al robot por parte alguna, naturalmente. Sólo trozos de cable y partes del cuerpo desechadas. La vieja cápsula de energía seguía donde la había tirado. Algunas herramientas. Nada más.
– Vámonos – ordenó Laws a sus hombres -. Tenemos mucho que hacer. Hay que poner en marcha el sistema de alarma general.
Las tropas empezaron a escalar el barranco. Applequist se encaminó hacia el vehículo.
– No – dijo Laws -. Usted no vendrá con nosotros.
Applequist vio la expresión de sus rostros: miedo, terror, odio. Intentó escapar, pero le apresaron casi al instante. Procedieron en silencio, inexorablemente. Cuando terminaron, apartaron de una patada sus restos casi vivos y subieron al vehículo. Cerraron las puertas y el motor rugió. El vehículo subió por la senda hasta la carretera. Al cabo de pocos momentos, desapareció de vista.
Estaba solo, con una bomba semienterrada y las sombras. Y la inmensa oscuridad lo abarcaba todo.

FIN